EL PAÍS MÁS FELIZ DEL MUNDO
Por muchos años caí en la trampa de pensar que Costa Rica era un país feliz, donde las cosas siempre iban bien y que éramos bastante diferentes del montón.
Costa Rica no quiso adherirse al resto de naciones centroamericanas, porque nosotros “éramos diferentes” y entonces fuimos felices; nuestras tasas de alfabetización eran altísimas, y fuimos felices; los niveles de desnutrición eran realmente bajos, y fuimos felices, y sentíamos que teníamos todos los derechos humanos protegidos y que éstos eran mejores que los de los demás, y fuimos felices.
Pero resulta que en este momento la pobreza es tal que los padres no pueden enviar a sus hijos a la escuela, a muchas familias el dinero les alcanza únicamente para una comida al día (entiéndase arroz, o frijoles, o plátano…) y para cerrar con broche de oro, la fracción del partido gobernante hace una componenda con los partidos emergentes (acostumbrados a buscar su propio beneficio) y zaz! Al carajo con los Derechos Humanos!!! En otras palabras, ya no somos diferentes como llegamos a jactarnos más de una vez; nuestro país ve amenazados los derechos de sus ciudadanos al tener como presidente de la Comisión de Derechos Humanos en la Asamblea Legislativa a una persona como justo orozco, así, en minúsculas, porque ese señor no merece ningún tipo de respeto, ni siquiera el ortográfico.
Leyendo las declaraciones que ha dado este individuo, no puede uno más que pensar que en Costa Rica las cosas seguirán de mal en peor, que el país está a punto se sumirse (aún más) en el oscurantismo de la doble moral y que las cosas se pondrán, como dijo un mi amigo, de color de hormiga.
Cuando inició el movimiento de los indignados en Madrid, me tocó vivirlo en carne propia pues andaba por ahí. Luego pude ver como se fue extendiendo a otras ciudades españolas. En ese momento, pensé que era una barbaridad el que la gente protestara de esa manera y hasta pensé que era algo exagerado; sin embargo, cada día me convenzo más de la necesidad de que el pueblo manifieste su descontento de forma vehemente y pacífica. Es que llega un momento en que simplemente no se puede más, en que lo último a lo que usualmente nos aferramos, que es la esperanza, también se pierde y entonces ya no nos queda nada… sólo la dignidad.
Debemos tratar de hacer respetar nuestra dignidad, manifestando nuestra indignación. El nombramiento del presidente de la Comisión de DDHH en la Asamblea Legislativa no está escrito en piedra y aunque lo estuviera, esa piedra se puede quebrar. Es necesario intensificar nuestras muestras de repudio hacia lo que está sucediendo en el país y nuestro apoyo a todas las minorías que se verán afectadas al tener a una persona prepotente, clasista y bastante estúpida, al frente de tal comisión. Es la hora de despertar…